Dilma Rousseff volvió a hacer denuncias sobre espionaje internacional, mientras grupos de manifestantes prendieron fuego edificios públicos en Sao Pablo y Río.
"¿Qué historia es ésa de estar sondeando? ¿Todo esto es por causa del terrorismo?" se preguntó la presidenta brasileña, a partir del descubrimiento de redes de espionaje en torno a su despacho y a las oficinas de Petrobras.
Los dichos de Dilma no carecen de ironía: es obvio que se trata de negocios. Y se confirmó en estos días: salió a la luz que el gobierno de Canadá tenía intervenidos los teléfonos y equipos del Ministerio de Minas y Energía.
Como medida de repudio frente a estos hechos, además de la denuncia pública en la ONU y el G-20, la primer mandataria decidió suspender su visita a EEUU, que tenía planeada para el 23 de octubre.
A la vez, presentó en el Congreso brasileño una medida de regulación de internet de tintes proteccionistas: si quieren permanecer en Brasil, empresas como Google, Microsoft y Facebook tendrán que dejar el acopio de datos de los usuarios dentro del país.
Mientras tanto, en las calles de Sao Pablo y Río de Janeiro, una protesta por mejoras salariales para los docentes terminó con enfrentamientos con la policía.
El gobernador de Sao Pablo lo había dejado claro: "no se tolerarán desmanes". Y por eso ordenó reprimir fieramente la marcha de docentes y alumnos, y hasta tuvo la ocurrencia de desempolvar la Ley de Seguridad Nacional, algo parecido al "estado de sitio" argentino.
Como medida de protesta frente a tanta injusticia, grupos de jóvenes encapuchados, atacaron con piedras y bombas molotovs a bancos, edificios públicos, e incluso se le animaron a la embajada imperial de EEUU.